Jane Lazarre

CARTA Y ENTREVISTA DE VICTORIA GABALDÓN, MAMAGAZINE

 

 

Querida Jane:

 

Tengo la impresión de que te conozco sin conocerte. Tú no lo sabes, pero lo intuyes: no soy la única que podría decirte esto.

 

Te has escrito, te has descrito. Y sabes —porque muchas como yo te lo habrán dicho antes— que a través de tus palabras, muchas mujeres en nuestra experiencia materna nos hemos sentido menos solas e incomprendidas al leerte. Yo también he tenido hijos, he ido al parque y me ha parecido el plan más aburrido y detestable del mundo. Por eso fui poco, a no ser que hubiera una terraza al lado donde sentarme a tomar algo mientras mis hijos se deslizaban por los toboganes. Y cargué con la culpa, esa que intento dejar atrás día a día.

 

Tú eras madre cuando yo ni siquiera estaba concebida, cuando ni siquiera mis padres se conocían. Cuando nadie se imaginaba que fuera posible intentar derribar tantos lugares comunes, la obligatoriedad de sentirte realizada como mujer a través de la maternidad, la imposibilidad de hablar en alto de las dudas que te surgían, sabías que te iban a leer, te iban a mirar e iban a cuchichear a tus espaldas.

 

El nudo materno me llena de alegría y de esperanza, pues existe una voz para las madres que no transitan la maternidad como si lo hicieran por un sendero de tierra acolchada, blandita y húmeda con amapolas y lavanda a ambos lados. También me llena de tristeza y desasosiego: 45 años más tarde, tampoco veo que las cosas hayan mejorado tanto para nosotras, las madres. Tenemos las mismas dudas, los mismos problemas y la misma falta de soluciones.

 

Te descubrí como madre en El nudo materno y ahora te descubro como hija en El comunista y la hija del comunista. Estas memorias dedicadas a tu padre son también tus memorias con él y con su forma de vida. Son tus memorias con él y con todo lo que ser hija de un comunista traía consigo. Qué bien que nuestros amigos de tu editorial, Las afueras, hayan tardado tan poquito tiempo en acercárnoslo al español. Qué bien, también, que fueran precisamente ellos quienes publicaran El nudo materno en nuestro idioma 42 años después de su publicación primera en el tuyo —si no lo hicieron antes es porque ellos son jóvenes y no existían entonces—. Qué bien que supieran verte y traerte, con lo que te necesitábamos.

 

Gracias, Jane, por ser generosa en tus palabras, en tus relatos, en compartir tus experiencias de vida. Eres una mujer poderosa e inspiradora. Luchadora y ecuánime. Imagino, por lo que nos has mostrado de ti, que eres una mujer maravillosa. Claro que tendrás tus defectos, pero deben ser pocos si hasta eres buena amiga de tu suegra.

 

Gracias eternas, Jane madre de dos hijos, abuela de una nieta e hija de una madre que desapareció demasiado pronto y un padre que vivió tantas vidas en una.

 

Ahora sí, dejo de escribirte para empezar a leerte de nuevo. Qué placer es escucharte. Qué honor es entrevistarte.

 

Con afecto y cercanía,

 

 

Victoria

 

 

NOTA: Además del tremendo placer que nos provoca leerla, hemos tenido la oportunidad de entrevistarla con la ayuda de Magda Anglès de Las afueras, su editora y editorial aquí en España (gracias eternas, Magda). Jane, como siempre, no ha escatimado en palabras y nos ha contado cómo se relacionan su maternidad (tiene dos hijos de 51 y 47 años y una nieta de casi 20 años), su faceta literaria y el activismo vital que rebosa y del que esperamos beber muchos años más.

 

 

¿Cómo era su trabajo antes de ser madre? ¿Sufrió cambios significativos tras dar a luz?

 

Antes de dar a luz, como conté en El nudo Materno, vivía con mi marido, que era estudiante de Derecho en la Universidad de Yale. Estudiaba en un programa de posgrado en Nueva York, donde me desplazaba cada semana, y trabajaba a tiempo parcial como ayudante de un profesor de Yale, leyendo y escribiendo comentarios de libros sobre el tema de la literatura afroamericana. Mi vida experimentó cambios importantes, pero no tan drásticos como los de las madres jóvenes que trabajaban a tiempo completo en diversas instituciones. Mi marido y yo compartíamos el cuidado de tres niños para que yo pudiera seguir viajando a Nueva York para asistir a las clases cada semana.

 

 

¿Qué es lo mejor y lo peor de la maternidad para usted?

 

Lo mejor es la intimidad y la posibilidad de profundizar en la amistad que crece cuando los hijos se hacen adultos, pero también a lo largo de su infancia: verlos convertirse en ellos mismos, ver lo diferentes que son el uno del otro, sentirme tan querida y necesitada.

 

¿Lo peor? Que es muy diferente cuando son pequeños y viven contigo a cuando son mayores y viven su propia vida. En cuanto a lo primero, lo peor, diría, son las incesantes exigencias emocionales, económicas y de trabajo. La infancia de mis hijos fue dura para mí, pero la maternidad me resultó más fácil a medida que crecían. Ser escritora y profesora a tiempo completo en una universidad mientras los criaba fue muy exigente, pero también tuve un marido muy comprometido y solícito, gracias a la conciencia feminista de aquí, y una suegra con la que compartía una estrecha amistad y que vivía muy cerca. Ahora, lo más difícil es tener un hijo que vive lejos, aunque nos vemos varias veces al año. Durante la pandemia, nos ha resultado muy difícil no poder vernos.

 

En general, lo más difícil es acordar cómo estar cerca de los hijos mayores y al mismo tiempo respetar sus límites, nuestras vidas por separado. Todas las madres de hijos mayores que conozco describen esta dificultad: cómo navegar entre la cercanía y la distancia, sus necesidades y las propias. A veces, surgen enfados que pueden ser de larga duración y las ansiedades en ambas direcciones pueden intensificarse: las de ellos por nuestra salud y bienestar (especialmente durante la pandemia) y las nuestras por sus ordinarias y a veces extraordinarias luchas y reveses vitales.

 

 

 

¿Cómo influyen y han influido sus hijos en su obra? (aparte de en El nudo materno, que, por supuesto, es lo más evidente).

 

Desde El nudo materno, la maternidad ha sido un tema central de mi obra, junto con otros temas relacionados: la raza y el racismo; ser huérfana desde una edad temprana —que a su vez influyó en mi vida como madre—; la gran cuestión del «yo y el otro»: cómo equilibrar las necesidades de amor y atención a los demás con la necesidad igualmente poderosa de autonomía y auto-creación.

 

 

¿Qué significa para usted el largo camino de El nudo materno, obra que se ha convertido en un clásico?

 

Estoy muy agradecida por el camino que ha recorrido El nudo materno durante tantos años, y especialmente agradecida y satisfecha por su nueva vida en español, gracias a Magda Anglès y a la maravillosa Las afueras. Me emociona mucho que mi obra aún influya a las madres hoy en día —escrita hace tanto tiempo, cuando había muy poco apoyo para este tipo de revelaciones—, cuando mi historia les ayuda con la suya propia.

 

 

¿Cuál fue su objetivo al escribir El comunista y la hija del comunista? ¿Cómo fue el proceso de creación del libro?

 

Mi intención al escribir El comunista y la hija del comunista, en un principio, era comenzar unas memorias sobre mi padre, que llevaba muchos años muerto pero estaba muy vivo en mi memoria e imaginación. Me motivaba mi conocimiento de los ideales fundamentales del comunismo y el socialismo y me enfurecía y consternaba cómo, entonces, esas palabras se habían convertido en sinónimo de autocracia y opresión. Sabía que había otra cara de esta situación y quería describir la vida de lo que aquí en Estados Unidos se llama «bebés de pañales rojos», la vida de los niños criados dentro de la comunidad del Partido Comunista.

 

A medida que escribía a lo largo de los años, me di cuenta de que quería incluir también la historia documental, e incluso partes «ficticias» en las que me introducía en el punto de vista de mi padre. Así, se convirtió en la obra que es, con muchos géneros mezclados. Escribía a diario, muchas horas seguidas, y aprendía la historia en detalle, escribía los pasajes personales, leía algunos fragmentos en voz alta a mi grupo de escritores, a mi más viejo amigo que se crio en la misma comunidad y a mi familia.

 

 

 

¿Era usted consciente del papel político que desempeñó su padre durante su infancia y juventud, o fue un descubrimiento al crecer?

 

La vida política de mi padre era nuestra vida. Los comunistas estadounidenses conformaban nuestra comunidad. Nuestros amigos, los médicos, la mayor parte de nuestra familia… todos eran miembros del Partido Comunista, o «simpatizantes» y partidarios. Siempre fuimos conscientes de la participación de mi padre en la Guerra Civil española, así como de sus otras actividades. A menudo, los vecinos que leían en los periódicos acerca de la comparecencia de nuestro padre ante el Comité de Actividades Antiamericanas nos trataban con saña. A finales de los años 50, cuando mi padre renunció a su puesto en el Partido, debido a diferencias políticas irresolubles, nuestra vida volvió a cambiar, pero se mantuvo el compromiso de nuestra familia con los ideales sociales y políticos. Fue entonces cuando se involucró en lo que se llamaba la «sección de cultura», una degradación para él, pero una experiencia que me salvó la vida, ya que muchos artistas pasaron a formar parte de nuestra vida —una historia que cuento en el libro—.

 

 

 

¿Qué huellas ha dejado en usted el activismo de su padre?

 

He estado comprometida con una voz política en mi escritura y mi enseñanza, así como en la maternidad. Mis dos hijos son activistas políticos en sus propios mundos: uno como guionista de cine y televisión y el otro como director ejecutivo de una organización que atiende a niños y jóvenes negros y latinos. La historia familiar de mi marido también es de activismo en el Movimiento por los Derechos Civiles en el sur segregado de Estados Unidos. Mis valores y acciones, así como los de mis hijos, han continuado bajo la influencia de la vida de mi padre, a pesar de que murió cuando uno de mis hijos tenía sólo dos años y el otro aún no había nacido.

 

 

 

¿Qué significó para usted la temprana pérdida de su madre cuando era niña? Desgraciadamente, su padre también falleció cuando estaba formando su propia familia. ¿Qué ha significado para usted vivir sin las figuras materna y paterna desde que era joven?

 

La temprana muerte de mi madre y el largo proceso de su fallecimiento (por un cáncer de mama) tuvieron un fuerte impacto en mí en todos los sentidos, incluido el de la escritura. La mayoría de mis personajes de ficción son huérfanos de madre. También he escrito memorias sobre su pérdida, mi propia batalla contra el cáncer de mama y cómo eso reavivó mis recuerdos sobre ella. Mi padre murió cuando yo tenía veintitantos años, así que es diferente, ya que le conocía muy bien. Fue una gran pérdida que no estuviera aquí para conocer a sus nietos, o para verme convertida en escritora y ver publicada mi obra. Especialmente durante este último año de la pandemia, he tenido una avalancha de recuerdos de ambos de diferentes maneras —sueños, destellos de sus seres en momentos de desvelo, y muchos sentimientos y recuerdos revividos de ellos—.

 

 

¿Qué está leyendo actualmente? ¿Está trabajando ya en un nuevo libro?

 

Como muchas otras personas, durante la pandemia he estado releyendo libros queridos, así como descubriendo nuevos títulos. Debido al resurgimiento del racismo abierto aquí, desde los años de Trump, y a las manifestaciones de Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd, he estado releyendo a Baldwin y a otros escritores negros estadounidenses: poesía de Rita Dove, June Jordan y otros, algunas de las novelas de Toni Morrison. Estoy releyendo La plaza del diamante (Time of the Doves, novela de Mercè Rodoreda), recordando las primeras impresiones de mi padre sobre la guerra contra el franquismo. Estoy leyendo obras de ficción más recientes (Sing, Unburied, Sing —en español, La canción de los vivos y los muertos, de Jesmyn Ward), ensayos de Nadine Gordimer y, por puro escapismo, muchas obras de misterio.

 

He terminado un libro de poemas que se publicará en agosto, Breaking Light. Estoy trabajando en una colección de ensayos sobre la escritura y la enseñanza, centrados a menudo en la raza, y en una obra (de género aún desconocido) sobre mi amistad de 53 años con mi suegra, que tiene 97 años, también huérfana de madre. Sufre de demencia y ha pasado por muchas dificultades, pero sigue conociendo a su familia inmediata, incluida a mí, para mi alegría y sorpresa.