Marta Barrio

A ella nos la trajo la radio, su voz calmada, su seguridad al hablar de lo que ha creado nos inspiró las ganas de saber más. Descubrir que también es madre inflaron ese deseo.

Marta Barrio es editora en Alianza Editorial. En 2020 publicó su primer libro Los gatos salvajes de Kerguelen y en Octubre del año pasado Leña Menuda, con el que ganó el XVII Premio Tusquets Editores de Novela del 2021. Es el libro que nos lleva hasta ella.

Esta novela de ficción está inspirada en la realidad oculta de muchas mujeres embarazadas; la malformación, la interrupción del embarazo en un estado avanzado, la decisión, el proceso de aborto, el duelo... En Leña Menuda Marta escribe sobre otro de los caminos de la maternidad, uno tabú y durísimo. Su forma de escribir sobre ello, con tranquilidad, dulzura y humor ha sido una de las claves de su éxito rotundo.

Hemos hablado con Marta de escritura, feminismo, maternidad y creación.

 

 

Qué significa para ti escribir.

 

En la escritura encuentro un lugar propio donde dicto yo las reglas, un juego lúdico que muchas veces me hace sufrir. Considero que es un camino al que me he resistido mucho tiempo, pero que me está dando inmensas alegrías. Es como vivir una vida paralela, de algún modo. Mi técnica es la de la hormiguita, todos los días un trocito, una frase y con suerte un párrafo, y luego, en vacaciones, más. Eso condiciona, necesariamente, cómo estructuro los textos. Decía Valeria Luiselli que mientras tuviera una niña pequeña solo podría tener proyectos ‘de corto aliento’, y en esos capítulos cortos, de párrafos breves, encuentro la medida de la escritura, de momento, porque esa es la forma que tengo de avanzar, pasito a pasito, puliendo mucho cada escalón antes de pasar al siguiente. Marta Jiménez Serrano, autora de Los nombres propios, comparaba la escritura con la limpieza, su abuela limpiaba y ella escribe y escribir es una forma de limpiar, y algo de eso hay, según avanzas borras, y al borrar lo escrito limpias el texto, hasta dejar lo necesario, la médula, y que quede reluciente, un texto del que estar lo más orgullosa posible. Soy perseverante, esa es mi principal virtud, y también mi principal defecto, porque a veces hay proyectos que no llevan a ninguna parte más que a callejones sin salida, y eso también hay que saber verlo, y abandonarlos a tiempo, sin empecinarse. Tengo un par de cosas a medias que así se van a quedar, a medias, ejercicios de estilo o novelas que se quedarán inacabadas y que me han llevado a otros caminos pues nada es en balde, y a escribir se aprende leyendo mucho, y escribiendo y borrando también mucho.

 

 

 

Como editora ¿te has topado con muchas obras que tocan la maternidad o piensas que se sigue tomando como un tema de subcultura o de revista?

 

Hay ahora mismo una toma de conciencia de lo fértil que puede ser el territorio de la maternidad a nivel narrativo, y se están tratando temas que antes se silenciaban, el del aborto, el de la mala madre o la madre arrepentida… En estos últimos años se ha visto la importancia del cuidado en la sociedad, y se ha visto también quiénes somos las que cuidamos, y esto, inevitablemente, aflora en los manuscritos que recibimos, claro. Lo que sigue habiendo es una reticencia de los hombres a leer sobre ciertos temas considerados demasiado femeninos, como si no fuera con ellos. De hecho, al poco de presentar mi novela al premio, cuando le acababa de dar los últimos retoques, salió un libro, el de Anna Starobinets, sobre el mismo tema, y al principio me pareció mala suerte, pero luego me di cuenta de que era el zeitgeist, el espíritu del tiempo, no es ninguna casualidad que este debate esté ahora vigente, y si hemos leído mil novelas sobre la crisis de mediana edad de un hombre divorciado, ¿por qué no leer varias obras sobre la maternidad frustrada?

 

 

 

¿Crees que las escritoras que son madres tienen un filtro diferente a la hora de contar y crear historias?

 

Desde que soy madre me fijo mucho más en las cosas pequeñas, en los sucesos diarios que dotan de un significado íntimo y pleno a nuestras vidas. Voy más despacio, y paso mucho más tiempo en casa, y creo que la literatura también puede encontrarse en ese ruido de fondo al que a veces no prestamos la atención necesaria, al fijarnos siempre en los titulares de los periódicos que no corresponden a los grandes sucesos de nuestras vidas, dando cuenta así de lo que pasa cada día en una vida en la que puede no estar pasando nada, o nada extraordinario al menos. Me interesa mucho la cultura material, esa indagación en la memoria de un país y de una sociedad a partir de lo cotidiano. Siempre hay tejidos en mis libros secretos familiares y anécdotas cercanas. Trabajo mucho lo fragmentario, también por una imposición estructural, digamos, al escribir robándole horas al sueño mientras mi hija duerme por las noches. Además, la maternidad es para mí al menos una gran fuente de inspiración, esa inocencia a veces terrible y otras mágica que tienen los niños, esa absoluta libertad creativa. Creo que es muy necesario pasarlo bien con la escritura, que sea un juego, una cosa lúdica, y ese inventarse reglas para luego, a veces, saltárselas, o dinamitar las fronteras de lo real, y volver a creer en los monstruos y en los unicornios tampoco está de más.

 

 

 

Háblanos de Leña Menuda, aunque no es una obra autobiográfica, ¿cómo se relaciona con tu maternidad a la hora de escribirla?

 

Yo recuerdo el embarazo como una época complicada y todavía tengo pesadillas al respecto, y me molestaba mucho cuando me decían que tenía que disfrutar de esa etapa maravillosa, porque yo solo quería tener a mi hija ya en brazos y que pasaran el miedo y la incomodidad y la incertidumbre. Lo que está siendo muy bonito es la lectura de muchas mujeres que me escriben y me dicen que se han sentido completamente identificadas con la parte más onírica y más terrorífica también de la novela, que ellas han vivido cosas parecidas y que les ha ayudado mucho encontrarlas por escrito, que se han sentido reconfortadas por ello, que pensaban que estaban locas por tener esos pensamientos tan oscuros durante el embarazo y que, al ver que no son las únicas, se han alegrado. Creo que este compartir ciertos miedos que creemos personales pero son universales es lo más valioso de la novela, ese momento en que se trasciende, de algún modo, la anécdota, y se conecta con una experiencia que, aunque la haya vivido otro, uno la puede sentir como propia.  En ese momento del embarazo, cuando me preguntaban cómo estaba y yo contestaba con sinceridad, me decían que no sería para tanto, que antes las mujeres no se quejaban y parían seis o siete hijos, calladitas y sin dar la tabarra. Era como si lo estuviera haciendo mal, me sentía culpable por no casar con un ideal inalcanzable, por no poder con todo y además con una sonrisa, como quitándole importancia. Es importante no descalificar el dolor o el miedo de las gestantes en nombre de esa positividad impostada, de ese mito que lo que pide es el silencio y la sonrisa, a costa de reprimir todo lo demás. Conté, por otra parte, con muchos testimonios, de ahí la necesidad de preservar el anonimato de mis informantes. Los cuestionarios y las instrucciones que se incluyen en la novela pertenecen también al ámbito de lo documental, porque me interesaba que la novela fuera fiel a las vivencias de todas estas mujeres.

 

 

 

Las obras sobre maternidad que más se leen están ligadas a la pérdida, el abandono, la incertidumbre del postparto, el aborto ¿Crees que se escribe mejor desde los temas que nos perturban?

 

Kafka decía que un libro tiene que ser el hacha que rompa el mar de hielo dentro de nosotros. ¿Y por qué no aspirar a algo así, a conmover al lector y cambiar su vida? Una noche de Reyes de hace ya tres años, una amiga del pueblo me contó un secreto que no le podía contar a nadie más. Yo entonces estaba escribiendo otra cosa -escribo en Navidades, Semana Santa, vacaciones y las siestas de mi hija- y lo aparqué para dar comienzo a la historia de ese secreto, que me obsesionaba y no me dejaba dormir, y se convertiría en la semilla de esta novela, que es una historia basada en hechos reales, pero también una reflexión sobre el cuerpo y sobre los nombres que les damos a las cosas. Creo en la literatura como motor de cambio social, y me preocupan la ecología y el feminismo. Me aterroriza la amenaza creciente del cambio climático, como un crimen perfecto que se perpetra sin que nadie pueda impedirlo y que nos acabará alcanzando por mucho que los políticos se empeñen en mirar hacia otro lado y no darle la prioridad necesaria en sus agendas. También me inquieta el retroceso de mentalidades que se está dando en la cuestión de los derechos de la mujer, y en el aborto en particular, pienso en la situación de Polonia y me entran escalofríos.

 

 

 

¿Hay lugar en la literatura para hablar de la maternidad?

 

Muchas veces nos buscamos en otras novelas y en otros libros y en otras vidas pero no nos encontramos siempre en el canon. A los personajes femeninos, en literatura, muchas veces les espera el convento, el manicomio, o el suicidio. Incontables heroínas mueren ahogadas tras un desliz, seducidas y abandonadas, o forzadas a la prostitución… Finales edificantes con moraleja: las mujeres caídas no se levantan. ¿Por qué representar lo doméstico, el cuerpo? Quizás para conquistar o resignificar la intimidad. La representación de ciertas realidades es subversiva, marginal. Y, por tanto, potencialmente transformadora. Durante el proceso de escritura fueron surgiendo más ramas de ese árbol, de mujeres cercanas que me confiaron sus experiencias, que me convencieron de que hay cosas no nombradas a las que ya iba siendo hora de poner nombre, y del poder de literatura como proceso catártico, tanto de escritura como de lectura, para dolores propios y ajenos. Pensé entonces que era hora de redirigir el rumbo, en busca de un nuevo arquetipo, y así lo están haciendo muchas escritoras, derribando los muros que se solían edificar en torno a ciertas vivencias, para que salgan a la luz.

 

 

 

¿Cómo crees que influye o va a influir en tu hija/hijo, como persona creciente, el verte escribir, editar y tener tus libros en sus manos?

 

Ella ya juega a escribir, con casi cuatro años, y cuando le pregunto que qué pone en esos garabatos, responde: ‘pues todo, mami, pone todo’. Y esta ambición de contenerlo todo en la palabra escrita es, en el fondo, el origen de la literatura, la necesidad de contarnos historias, relatos que den sentido al mundo en que vivimos. También inventa sus propios cuentos, y no se va a la cama sin que le leamos al menos un par. A los niños les gusta que les lean, les encantan los cuentos, y algo se está haciendo mal cuando muchos pierden ese gusto lector de mayores y no tan mayores.

 

 

 

¿Qué es, para ti, lo mejor y lo peor de la maternidad?

 

Lo mejor es la magia, revisitar la infancia, y el amor incondicional. El otro día estábamos pintando unos helados en una hoja de papel, y pintamos uno rosa de fresa, otro amarillo de limón, otro marrón de chocolate, otro azul de cielo y otro verde de árbol. Después los recortamos y jugamos a las tiendas con las muñecas. Un poco más tarde, hicimos trucos de magia con las cartas y ella gritaba de alegría al pensar que había conseguido cambiar una carta por otra al concentrarse mucho, y luego lo intentaba hacer sola pero no le salía, porque faltaba el truco, la picaresca. Tener niños te fuerza a jugar, y a inventar, a pararte a mirar una mariposa como si fuera la primera que ves en la vida, a preguntarte los porqués de las cosas, y también te hace redescubrir el mundo desde esa perspectiva, desde esa inocencia y esa maravilla.

Lo peor es la conciliación, aunque soy una privilegiada, pues mi hija es la primera nieta por los dos lados de la familia y siempre he tenido muchísima ayuda con la crianza. Les debo mis dos novelas a las tarteras, y a esa entrega incondicional de los abuelos. Está el problema del tiempo, eso sí, y de la energía, que a veces aunque tengas tiempo lo que no tienes son ya la concentración o la lucidez necesarias, estás a demasiadas cosas y quien mucho abarca poco aprieta.